30 jun 2012

Día 21: Las Vegas

¡¡¡Fuego!!!
Las Vegas es una ciudad que no está hecha para ser vista a la luz del día, y mucho menos en verano. Así que la consigna era clara: pasar la mañana en la piscina del hotel. Los 45ºC no nos ofrecían muchas alternativas. Así que poco a poco fuimos apareciendo todos por allí, ocupando tumbonas y visitando el agua (muy caliente, la verdad) de la piscina cada cinco minutos. Recuerdo que en ese momento hablé con mis padres por teléfono y me dijeron que eran las 23:00, que estaba lloviendo y la temperatura no llegaría a los 20ºC. Me parecía imposible hacerme a la idea de que el momento en el tiempo a cada lado de la línea telefónica era el mismo porque no podía haber un contraste mayor. Me imagino que la gente de mundo estará muy acostumbrada a estas cosas, pero para mí no es habitual estar al otro lado del mundo de mi familia.

En ese agua se podían cocer unos langostinos
Enseguida llegaría George McFly
El caso es que al mediodía decidimos bajar a comer. El propio hotel tiene una extensa oferta de restaurantes para que no tengas la necesidad de salir, lo cual se agradeció porque no era agradable la idea de caminar por el desierto en busca de algún sitio para comer. Fuimos a un local ambientado en los años cincuenta, mitad Grease mitad Regreso al Futuro, donde la camarera era una negra de más de 100 kg que cantaba como los ángeles. De nuevo hamburguesas con patatas fritas. ¿¿Por qué no son sanas??

Por la tarde fuimos a una tienda cercana al hotel a comprar souvenirs para la familia, ya que Las Vegas tiene mucho gancho comercial. Yo compré unos llaveros con fichas de casino y a mi hermano una baraja original del Flamigo's, más que nada porque le gusta hacer trucos de magia y tiene miles de barajas. También compramos unas cervezas para llevarlas a la habitación y bebérnoslas allí para salir un poco entonados y apostar con valentía en los casinos. Hacia las 19:00 salimos de allí y cogimos un autobús que nos llevó hasta el extremo sur de The Strip (nuestro hotel está muy al norte de la misma calle), para así ir remontando parándonos en los principales puntos de interés.

Cartón-piedra al poder
Ahí es cuando te das cuenta de lo absurdo de Las Vegas: es una recreación en miniatura de las ciudades más llamativas de la humanidad. Tienes el antiguo Egipto (Luxor), la Roma clásica (Caesar Palace), New York, París, Venecia... Realmente todo es un teatrillo hecho de cartón piedra pero increíblemente lucrativo para la espabilada mente que lo concibió. Es como las barracas de San Fermín pero a lo bestia, como Port-Aventura para adultos, la cuna del despilfarro energético, el cebo de los ludópatas, la perdición para los amantes del riesgo, la antítesis de la naturaleza. Pero aún así, es muy muy divertida, al menos para un par de días. Una ciudad en la que cada mañana se respira una resaca generalizada no es normal.

El caso es que, cervezas en mano, fuimos al New York, New York con la intención de montarnos en la montaña rusa (bueno, yo no), pero había una cola de más de una hora, así que nos quedamos en la sala de videojuegos jugando al Daytona USA, Guitar Hero... Sí que intentamos jugar al blackjack en algún casino, pero, en los más importantes, la apuesta mínima es muy cara, 20$ o incluso 50$. Para evitar que la gente se acalore, la mayoría de los casinos están conectados entre sí de manera que no tengas que salir a la calle, por lo que fuimos pasando de unos a otros al amparo del aire acondicionado. Vimos el Caesar's Palace (imprescindible para los fans de Friends), el Belaggio y llegamos hasta el Flamingo's. De ahí cogimos el autobús hacia el norte porque ningún casino tenía una apuesta mínima tan baja como el Stratosphere, así que decidimos jugar los 6 a la vez al blackjack allí.

Chino mordiendo el polvo ante un profesional

La partida estuvo bastante bien y duró un buen rato. Con 20$ de inicio, siendo el mínimo para apostar 5$, te garantizas un rato en la mesa, a menos que te vengan muy mal dadas. De hecho llegamos a pedir más de una ronda a la camarera y hasta hicimos "amistad" con otros compañeros de mesa, que nos enseñaron expresiones típicas de jugones, como Chicken diner y alguna otra que no recuerdo...

Todo iba bien hasta que una crupier vieja con pinta de dependienta de panadería dejó el turno a Larry, de origen chino y con muchas horas jugando al blackjack a sus espaldas. A pesar de nuestras plegarias, Larry fue cruel y nos desplumó a todos en poco rato. De todas maneras, la partida estuvo genial, que de eso se trataba. Nunca me he considerado un gran aficionado al juego, a parte de alguna quiniela o una porra en un partido importante, nunca me dejo dinero en apuestas. Pero estar el Las Vegas y ganar una mano, y ver cómo el crupier te da fichas (intercambiables por dinero!!!) es algo que entiendo que pueda llegar a enganchar. De hecho, hice un amago de ir al cajero a sacar algo más de dinero, pero cuando vi la comisión de 12$ la cordura volvió a mí y me di cuenta de que había llegado el momento de dormir. Mi balance económico de los dos días en Las Vegas fue el siguiente: 50$ apostados, 30$ recuperados. Podía haber sido mucho peor, os lo garantizo...

29 jun 2012

Día 20: Kanab - Las Vegas

Todo lo malo se acaba, así que finalmente llegó la mañana y salimos de la habitación de los horrores. Desayunamos en el motel, con cuidado de que el dueño no viese que éramos seis, ya que le habíamos dicho que éramos cuatro.

Isis en Zion National Park
En seguida nos pusimos en marcha en dirección al Zion National Park, que es un parque natural enorme situado alrededor del Cañón Zion. Es un lugar perfecto para los amantes de la naturaleza, la geología, la historia (hay pinturas rupestres) y la escalada. Al igual que el en Gran Cañón, hay que dejar el coche en un parking a la entrada y desplazarse por el parque en autobús. Nos montamos en uno y fuimos adentrándonos en el paisaje hasta que nos bajamos en un punto por el que pasaba un río. Estuvimos allí gran parte de la mañana, bañándonos en agua helada y descansando en la orilla. Isis todavía no se encontraba muy bien, aunque estaba mejor que la noche anterior, por ello nos quedamos allí sentados mientras los demás subían un poco por el cauce del río. El parque en cuestión es espectacular, pero creo que para disfrutarlo de verdad hay que ir con intención de pasar allí varios días, ya que de lo grande que es, es difícil abarcarlo sólo en una mañana.

Al mediodía nos volvimos a juntar todos para comer. Nos sentamos en una sombra en la entrada y acabamos con los últimos restos de comida que nos quedaban: sandwich, para variar. Tuvimos que dar unas cuantas vueltas para encontrar la furgo porque no nos acordábamos dónde habíamos aparcado, pero al rato apareció justo donde la habíamos dejado...

Nuestro próximo destino era de lo más excitante: Las Vegas. Nos separaban unas tres horas de carretera, que pasaron rápidamente. Nos llamó bastante la atención lo sucio que está el desierto de Mojave en las inmediaciones de Las Vegas, lleno de cristales y basura. Desde unos cuantos kilómetros antes de llegar ya se podían ver los edificios más altos de la ciudad, entre los que destacaba especialmente el hotel Stratosphere, que era en el que nos íbamos a alojar.

Lo primero que hacemos es comprobar que, para el turista, todo son facilidades. Dejamos la furgo en un parking junto al hotel que es gratis, cosa poco habitual en Estados Unidos. A continuación, entramos en el hotel y, antes de ver incluso la recepción, nos encontramos con máquinas tragaperras, mesas de blackjack, de póker... Y es que todos los hoteles son, a su vez, casinos. El objetivo de la ciudad es atraer turistas, por lo que los precios de los alojamientos son tirados. Pagamos 58$ por dos noches en una habitación doble. El hotel está muy bien, las habitaciones son enormes, con baño propio, todo muy limpio e incluso tiene una piscina y un mini parque de atracciones en la azotea.
Hotel + casino + piscina + parque de atracciones

Después de darnos una ducha y arreglarnos un poco (más bien poco), salimos a dar una vuelta y ver la ciudad. El calor es indescriptible, nunca había sentido tanta sensación de calor seco y desértico. El viento es sofocante, hasta tal punto que yo pensaba que el aire que nos pegaba en la cara sería el que sale de algún extractor o algún aire acondicionado. Cuando ya se había puesto el sol la temperatura no bajaba de los 35ºC. Cenamos una pizza de camino al centro de la ciudad. La mayor parte de los casinos y de la diversión de la ciudad se concentra en una calle larguísima llamada Las Vegas Blvd, o simplemente The Strip.

De primeras, te das cuenta de que aquello es totalmente diferente a cualquier otra ciudad que haya podido ver. Es un lugar al que la gente va a pasarlo bien, pasan limusinas, motos a toda velocidad, carteles de espectáculos, conciertos, stripteases... Recuerdo que entramos a un 7-11 para comprar unas cervezas para el camino y, al salir, le preguntamos al tío de la tienda (que, por cierto, le tiraba los trastos a Fer descaradamente) si se podía beber en la calle. A lo que él respondió: "Claro amigo, ¡estás en Vegas!" Con las cervezas en la mano fuimos bajando por The Strip mirando hacia izquierda y derecha flipando con lo que se veía. Tras un buen rato caminando, entramos al casino Treasure Island, ambientado como una película de piratas. Nadie te pone pegas si entras con una lata de cerveza de la calle y, por supuesto, la gente fuma dentro del local, donde el aire acondicionado incita a no querer salir.

Los primeros 20$ que aposté al blackjack los perdí en menos de 5 minutos. Como un auténtico pardillo, el crupier me desplumó antes de que pudiera pedirme nada para beber. Realmente en los casinos de Las Vegas no se paga por beber ya que, mientras estás sentado jugando, van pasando camareras que te traen lo que les pides, aunque como tengas un par de malas manos seguidas, te quedas sin nada. Tras el fiasco del Treasure Island fuimos al Venecia y al Palazzo. Yo no volví a jugar aquella noche, tenía que recuperarme del shock, pero la verdad es que resulta complicado no dejarse llevar por los neones y las músicas diseñadas para que te dejes los cuartos.
Luces hasta donde alcance la vista
Después de unas cuantas horas dando vueltas por aquella zona, decidimos volver al hotel. Subimos al observatorio que hay en la azotea, desde donde hay unas vistas muy chulas de toda la ciudad, especialmente de noche. Además, hay una pequeña montaña rusa, una caída libre y alguna otra atracción que están abiertas día y noche. A pesar de que el edificio era menos alto que el Empire State Building o la Torre Hancock (ver entradas de Nueva York y Chicago), la oscilación se notaba mucho más, así que no tardamos en volver a tierra firme. Antes de ir a dormir, Chino decidió echar otro blackjack en el casino del hotel y esta vez sacó algo de dinero.

27 jun 2012

Día 19: Mexican Hat - Kanab

La tormenta perfecta consiguió que el río Colorado hiciese honor a su nombre, ya que las lluvias hacen que la tierra rojiza se remueva y todo el agua tome un color rojo intenso. En la cafetería del motel desayunamos viendo cómo los cielos azules habían vuelto a reinar.
Aspecto del río Colorado tras la tormenta. Queda claro su nombre, ¿no?
Teníamos que volver sobre nuestros pasos para alcanzar el próximo destino, Page, pero no nos supuso ningún inconveniente volver a atravesar el Monument Valley. La localidad de Page, a unas dos horas de Mexican Hat, constituye el centro geográfico de varios puntos de interés del estado de Arizona, los cuales íbamos a visitar ese día. El pueblo en sí no tiene nada, es bastante feo, pero desde allí contratamos la visita al Antelope Canyon para esa misma tarde, y hasta que llegase el momento, fuimos a ver otras cosas. Esta zona de Arizona y Utah es famosa, además de por la cantidad de mormones que hay, por sus enclaves naturales. Los que hayáis visto la película 127 horas seguro que encontráis familiar el paisaje que os describo en esta entrada.

Horseshoe Bend: quién pillara esa barca
En primer lugar, visitamos Horseshoe Bend, que es un meandro de río Colorado de 180º visto desde un acantilado de unos 300 metros de altura. Las vistas son espectaculares, aunque lo peor de todo fueron los quince minutos que tuvimos que andar desde el aparcamiento hasta el río por pleno desierto, a unos 40ºC. Continuamos, ya con la furgo, el curso del río hasta llegar a la presa del Glen Canyon. Con más de 300 metros de altura, es una de las mayores del mundo y un deleite para los fans de "Megaconstrucciones". Para los más curiosos es interesante la exposición en la que te explican cómo fue su construcción y qué implicaciones (energéticas, biológicas, de suministro, agrícolas...) tuvo para el entorno. Comimos unos sandwiches en un césped cercano, buscando la sombra y haciendo tiempo para la hora de la visita programada. Después de varios días comiendo sandwiches de jamón y queso, empezamos a hartarnos seriamente, aunque un viaje tan largo como éste obliga a racionar bien el gasto (olvidaos del episodio de Boston...).

Ya por la tarde, acudimos a la agencia en donde habíamos reservado la visita al Antelope Canyon. Quienes lo gestionan son indios navajos, por lo que el pase de los parques nacionales que habíamos comprado ayer no tiene validez. Es sorprendente cómo viven los indios en Estados Unidos: recluidos en sus reservas, bastante marginados del resto de la sociedad, con los índices más altos de suicidios y alcoholismo, y dependiendo de este tipo de negocios relacionados con el turismo para poder sobrevivir. Resulta inevitable pensar en cómo han podido llegar a esta situación tan miserable en tan poco tiempo, cuando hace apenas 300 años eran los únicos pobladores de aquellas tierras.

Formas fantasmagóricas provocadas por la erosión en Antelope Canyon
¡Qué majos!
El caso es que Jackie, una india navajo de forma esférica, nos lleva con un todo terreno destartalado hasta el Antelope Canyon. La calidad de la visita deja bastante que desear, puesto que la guía nos lleva a un ritmo trepidante por el cañón sin explicarnos realmente su origen ni evolución, sino centrándose únicamente en puntos de interés fotográfico. Además se inventa cosas como que la palabra "navajo" la pusieron los españoles y significa "enemigo". A pesar de todo esto, el cañón en sí mismo es una pasada. Se trata de un desfiladero por el que apenas pueden pasar dos personas en paralelo cuyas paredes han quedado moldeadas por el viento y el agua, dando origen a unas formas imposibles. Creo que sería una pena visitar Arizona y no ver el Antelope Canyon, pero también nos dio rabia que la visita no estuviese a la altura del lugar.
Jackie nos llevó de vuelta a Page, donde teníamos aparcada la furgoneta y reanudamos la marcha en dirección a Kanab, de nuevo en Utah. El viaje no fue muy largo (poco más de una hora) y al llegar allí buscamos un motel donde alojarnos. Nos dieron una habitación en el Motel 49 por 70$ con dos camas dobles, y aunque éramos seis, decidimos apretujarnos un poco y ahorrarnos unos dólares. Todavía no sabíamos lo que nos esperaba allí dentro. Al llegar, todos se fueron a dar un paseo por el pueblo (muy feo, por cierto) y yo me quedé con Isis que estaba algo febril y con algún invitado extra del que todavía no teníamos constancia.

La mascota del equipo
Ya por la noche, estando todos en la habitación, Fer dijo que se iba a duchar antes de dormir para ahorrar tiempo por la mañana. A los pocos minutos salió del baño y nos mostró al séptimo ocupante de la habitación: un escorpión de Arizona (el más venenoso de los Estados Unidos, según wikipedia) que había estado a punto de picarle en la nariz de todo lo que tuvo que acercarse para verlo, ya que estaba sin lentillas. Después de matarlo, el pánico se apoderó de nosotros y nos llevó a hacer un registro de arriba a abajo de toda la habitación: debajo de las camas, en los rincones, entre nuestras mochilas, etc. Fer y Chino, que dormían en el suelo no debieron pegar ojo imaginando que miles de escorpiones se les metían por los calzoncillos. Por si el affaire-escorpión y el calor asfixiante que hacía en aquella habitación no fueron suficiente, cuando parecía que ya estaba consiguiendo conciliar el sueño, se escuchó en la calles lo que yo juraría que fue un tiroteo. Nadie me creyó, pero yo estoy seguro que había alguien disparando. Desde ese momento, no pude dejar de pensar en cómo se tomarían mis padres la noticia de que me habían encontrado en un motel de Utah cosido a tiros y con picaduras de escorpión...

26 jun 2012

Día 18: Williams - Mexican Hat

Hoy tocaba continuar la ruta en dirección noreste, hasta el estado de Utah. Hoy, al igual que ayer era un día en el que el propio trayecto era lo verdaderamente importante del viaje, más que la meta. Habíamos dormido todos de lujo, y tras desayunar en el hotel y comprar algo en un supermercado de Williams, nos montamos en la furgo y arrancamos en dirección al Gran Cañón.

Everybody ¡Jump!
Según a cuál de las múltiples entradas del parque te dirijas, habrá más o menos distancia. Con una longitud de más de 320 km, una profundidad de 1.600 m y una anchura media de 16 km, el Gran Cañón es un auténtico espectáculo para los sentidos. Ninguna foto que hayáis podido ver le hace justicia, puesto que la profundidad que se aprecia en directo, no hay cámara que pueda reflejar. Nosotros pagamos 80$ (un coche y seis personas) por el pase, que además incluía la entrada a otros parques naturales que íbamos a ver más adelante. Al llegar al recinto, hay que dejar el coche en un parking y coger alguno de los autobuses que circulan hasta el punto que se desee visitar, de esta manera se evita que vehículos particulares circulen por el parque, evitando tráfico, ruidos y contaminación. Nosotros fuimos hasta Bright Angel, que es un punto intermedio desde el cual se puede bajar caminando hasta el río, cosa que no hicimos al ver la distancia que había.

En ese momento nos dimos cuenta de lo bien que hubiese estado alquilar una cabaña junto al río (abajo del todo del cañón) y haber hecho noche allí, pero en aquel momento estaba todo cogido y además, no íbamos bien equipados para una travesía tan larga. De todas maneras, seguimos durante un buen rato el sendero hacia el fondo del agujero, hasta que empezó a llover y decidimos volver a subir a la superficie. Si algún lector está interesado en explorar el Gran Cañón a fondo, le recomiendo que haga una reserva en las cabañas que hay abajo del todo con mucho tiempo de antelación en esta página. Todos nos quedamos con la pena de no haber podido disfrutar más de esta maravilla de la naturaleza, ya fuese caminando hasta el río, o dando una vuelta en avioneta por el interior, pero la falta de previsión y el elevado precio resultaron determinantes.

Imposible captar la profundidad
Llueve cuatro días al año... ¡Bingo!
Volvimos a coger el bus hasta la furgo y allí nos hicimos unos bocadillos que nos comimos antes de reanudar la marcha. Unos 300 km separaban el Gran Cañón de Mexican Hat, el lugar donde teníamos previsto dormir, aunque entre medio íbamos a presenciar una de las vistas más increíbles de todo el viaje: el Monument Valley, ya en el estado de Utah. Todos lo habréis visto en innumerables películas del oeste (o Regreso al Futuro 3, cuando Marty aparece en el oeste por primera vez y le persiguen los indios) aunque el nombre no os diga nada. Se trata de un valle desértico dentro de la reserva de los navajo famoso por sus montañas/mesas/churros de color naranja. Mientras escuchábamos esta canción atravesamos con la furgo  absolutamente solos las silenciosas e imponentes formaciones geológicas parando para hacerles fotos, ayudados por la luz del atardecer. Quizás éste fue el momento más mágico de todo el viaje, ese momento que recordaré toda mi vida y que me traerá paz en los malos momentos... Cuando te van a operar de algo, justo en el momento en el que te ponen la anestesia y estás a punto de dormirte, te dicen que pienses en algo relajante para evitar malos sueños. Bien, si algún día me operan de algo y me dicen eso, pensaré en esos instantes en medio del Monument Valley.

Monument Valley... sin palabras.
Eva, capturando un recuerdo de por vida.
La tormenta del siglo se iba forjando
Esto es la paz, la tranquilidad y la libertad
Tras varios parones para disfrutar del momento, llegamos a nuestro destino: Mexican Hat, un pequeño pueblo a orillas del río Colorado y muy cercano al Monument Valley. Todavía no sabíamos si encontraríamos algún lugar para dormir, puesto que no habíamos hecho ninguna reservar, pero tuvimos suerte y nos pudimos alojar en el Motel San Juan (nada más entrar al pueblo, girar a mano izquierda), muy guapo por cierto. La típica imagen de un motel que nos muestran las películas (sucio, sórdido, con un cadáver en la piscina) no se correspondía nada con éste, que estaba muy limpio y tenía un ambiente muy familiar. Estuvimos un rato sentados mirando el río, que pasaba frente a las puertas del motel, hasta que fuimos al bar a cenar algo. Mientras cenábamos, cayó la tormenta del siglo, y dimos gracias por haber encontrado el motel, porque el plan B era dormir en la furgo en medio del Monument Valley. El reparto de las habitaciones nos volvió a favorecer a Isis y a mí, que dormimos en una habitación solos, mientras que Fer, Eva, Miriam y Chino tuvieron que compartir otra.
Podría ser la portada del último disco de Belle&Sebastian, ¿que no?
Los dos últimos días habían sido increíbles. Los paisajes desérticos de Arizona y Utah, tan distintos a lo que estamos acostumbrados a ver, nos habían dejado sin palabras y nos habían cargado las pilas después de quince días pateando ciudades de arriba a abajo.
Motel San Juan, en Mexican Hat. No lo dudéis.

25 jun 2012

Día 17: Los Angeles - Williams

El día 17 fue un "road day" en toda regla, y uno de los que mejor recuerdo me han dejado, a pesar de haberlo pasado prácticamente entero dentro de la furgoneta. Nuestro objetivo era Williams, un pueblo en el corazón de Arizona, cercano al Gran Cañón del Colorado, pero a unos 700 km de Los Angeles, así que a primera hora de la mañana me pongo al volante de la furgo y nos ponemos en marcha.
El viaje es el fin en sí mismo, no el medio.
Salir de L.A. sería una tarea complicada por uno mismo, pero el gps ayuda bastante, y en poco rato estamos en la I-10 dirección San Bernardino, la correcta, vamos... A los 100 km de trayecto hacemos una parada en un área de servicio para desayunar. El restaurante es un puro cliché cinematográfico y tomamos unos sandwiches y café aguado a discreción esperando a que ocurriese alguna escena tarantinesca. Según continuamos nuestra marcha, vamos comprobando cómo el paisaje va cambiando y la temperatura exterior que marca la furgoneta no hace más que subir, puesto que nos estamos adentrando en el desierto de Mojave. La vegetación empieza a escasear cada vez más y la tierra se va tornando anaranjada.

Shelly, encanto, relléname la taza de café
La siguiente parada, ya a la hora de comer es el Pueblo Fantasma de Calico, todavía en California. Se trata de un antiguo pueblo minero que ya ha quedado abandonado y está preparado para recibir visitas turísticas, puesto que ya no vive nadie (6$ por persona). Es el típico pueblo de los vaqueros, con su saloon, la cárcel, la casa del sheriff, la mina abandonada, la estación de ferrocarril, etc. El abrasador sol del mediodía del desierto ayuda a la ambientación, y por un momento te sientes en un western, a pesar de la cantidad de visitantes que recorren las calles. Aunque el pueblo en cuestión es bastante impactante, no nos llegamos a quitar la sensación de estar en el Far West de Port-Aventura.

Isis on the road
Durante la tarde seguimos devorando kilómetros y pasándolo genial dentro de la furgoneta, escuchando música, contando viejas anécdotas (que todos habíamos escuchado millones de veces) y observando el paisaje. De vez en cuando hacemos pequeñas paradas para ir al baño, comprar bebida o repostar (la gasolina es más barata que en España, casi la mitad de precio). La siguiente parada con algo más de fundamento fue Seligman, ya en el estado de Arizona (bautizada así por pastores navarros sorprendidos de los robles de la zona; Aritz = roble, Ona = bueno). Se trata de un pueblo de paso situado en medio de la ruta 66 y venido a menos por la construcción de nuevas autopistas más rápidas y seguras, como en la película Cars. Seligman es un buen lugar para pasar una noche si estáis de camino por esta zona, puesto que cuenta con unos cuantos moteles a buen precio y gasolineras. Tras tomar un refresco, decidimos reanudar la marcha, puesto que ya estamos cerca de nuestro destino y el cielo empieza a cubrirse de nubes.

No llegamos a cruzarnos con Dean Moriarty...
Así pues, poco tiempo después, llegamos a Williams, otro pueblo de la ruta 66 y ya muy cercando al Gran Cañón que ha sabido explotar muy bien su condición de pueblo de pasada para convertirse en una pasada de pueblo (chiste fácil que tampoco hace honor a la realidad, al menos la segunda parte). Todo él tiene una ambientación muy cowboy, incluso hay algún concierto de música country en plena calle. El hotel en el que nos alojamos está en la misma ruta 66 y se llama Grand Canyon Hotel. Es más que recomendable: buen precio, personal muy amable, limpio, agradable, con un baño decente y bien situado. Después del cuchitril de Los Angeles, el destino nos había sabido recompensar. Además, teníamos una habitación por pareja.

El karma nos devolvió en Williams lo que nos había robado en L.A.
Cenamos un típico menú americano (hamburguesas, patatas y coca cola) en la terraza del Cruisers, hasta que la lluvia nos obligó a mudarnos al interior del local. Después de un duro día de carretera, ese momento fue inolvidable, más aún cuando sabíamos que nos esperaba una cama limpia y que olía bien. Tras más de dos semanas rodeados de cemento, tráfico, rascacielos y ruido, se agradecía estar en un pequeño pueblo en medio de la naturaleza. Creo que es por este motivo por el cual guardo tan buen recuerdo de este día, porque estábamos dejando atrás las ciudades durante unos días.

24 jun 2012

Día 16: Los Angeles

Yo, en la puerta del infierno
Nos despertamos pronto con la intención de salir de aquella habitación infame lo antes posible. La ducha fue para echarse a llorar, no me atrevía a tocar nada, estaba sucia y olía mal. En fin, en unos minutos estábamos ya fuera del albergue, con intención de conocer algo más de aquella extraña ciudad. Desayunamos en una cafetería cercana y vamos a por la furgo, porque está claro que en L.A. no puedes hacer NADA si no tienes vehículo propio, ya que las distancias son enormes y no hay apenas transporte público.

Enseguida llegamos al downtown y nos sorprendimos mucho al ver que estaba tomado por mendigos. Pensábamos que la zona de los rascacielos y el distrito financiero sería una zona apacible, pero todo lo contrario, no se ve actividad comercial ni turística, sino que es como una especie de imagen post-apocalíptica en la que los vagabundos se han hecho con el control de las calles. Y en ese entorno tan tranquilizador, pinchamos una rueda. Después de un buen rato intentando localizar por teléfono a los de la compañía de alquileres y de pensar qué hacer, Chino acaba por poner en práctica sus conocimientos de mecánica y cambia la rueda pinchada. De todas formas, tenemos que volver al lugar donde la cogimos para que nos la cambien. Al menos no nos pusieron ninguna pega y nos dieron otra furgoneta, esta vez una Chrysler Voyager, que es prácticamente igual a la que teníamos.

Un momento cualquiera en un punto de Sunset Blvd.
Con la nueva furgo, nos dirigimos hacia Sunset Blvd. donde habíamos quedado con Mar y Borja, unos amigos de Eva que estaban viviendo el L.A. Comemos con ellos en una terraza una hamburguesa con patatas y refresco (interesante el concepto de "refill" para las bebidas). Después nos hicieron de guías turísticos y, siguiéndoles en el coche, nos fueron enseñando los principales lugares de interés. Pasamos por Echo Park (lugar de residencia de Mark Oliver Everett, líder de Eels), una zona algo más "indie" dentro de la gran ciudad. También subimos al Observatorio Griffith, desde donde se ven las famosas letras de Hollywood y hay unas vistas chulísimas de toda ciudad. Al bajar, pasamos por Beverly Hills y Merlose Place y fuimos admirando las mansiones a izquierda y derecha. Creo que nunca había visto un contraste tan claro entre multimillonarios y pobreza en tan pocos kilómetros de distancia. L.A. refleja como pocos lugares los pros y contras del capitalismo.
¿Hace falta que diga algo aquí?
Según caía la tarde, volvimos al downtown para ver un concierto gratis en una plaza, aunque al final no lo vimos. Preferimos ir a comer unos tacos ultra-picantes a un puesto callejero (su pincháis aquí, lo podéis ver en el minuto 1:18) y luego a un bar a tomar unos cubatillas, aunque desde luego no tienen nada que ver con los que sirven en nuestro país. Era curioso ver a través del cristal a los mendigos vagando por las calles con sus carros de la compra llenos de cartones.

Insisto: esto no es una ciudad
En aquel bar pusimos punto y final a nuestra relación con L.A. ya que al día siguiente bien temprano saldríamos en dirección al este. La sensación que me dejó esta ciudad fue muy desconcertante, ya que no responde en absoluto a la idea de ciudad que se suele tener. Son avenidas kilométricas, sin vida en sus aceras, basada en los coches, sin un centro claro, enormes contrastes... no sabría decir si es un lugar fundamentado en la hipocresía o todo lo contrario, la sinceridad más absoluta, con toda su crudeza. A nadie parece importarle lo que le rodea.

23 jun 2012

Día 15: Chicago - Los Ángeles

Y así, sin darnos casi ni cuenta, llegamos al ecuador de nuestro viaje. Después de tres días en Chicago, hoy nos despedíamos de una ciudad que no nos había dejado indiferentes. Empezamos el día tranquilamente, desayunando y haciendo la colada, para llegar con todo limpio a nuestro próximo destino. Durante nuestra última mañana en Illinois, nos acercamos al estadio de los Chicago Bulls con la intención de comprarme una camiseta de Michael Jordan, pero al llegar vimos que estaba cerrado, así que no pudo ser. De todas maneras, volvimos hasta el Loop y dimos una última vuelta por los alrededores del albergue antes de volver a por nuestras cosas y comer algo en el comedor.
Bye bye Chicago, un placer haberte andando

A continuación, cogimos el metro en la parada de La Salle y vamos hasta el aeropuerto de O'Hare en la línea azul de metro. Teníamos que coger un vuelo a Los Ángeles, donde empezaba la segunda parte de nuestro viaje. Allí nos íbamos a encontrar con Miriam, Eva e Isis, nuestras respectivas novias que venían desde Barcelona con escala en Miami, con la intención de pasar la segunda quincena del mes recorriendo en furgoneta la costa oeste. El vuelo duró unas 5 horas, pero por temas de cambio horario, salimos a las 18:00 hora de Chicago, y llegamos a LAX a las 20:30.

Nada más poner el pie en California, notamos que algo había cambiado. Aunque seguimos en el mismo país, las diferencias entre los estados de Nueva Inglaterra y la excéntrica California son muy evidentes en todos los sentidos, pero ya iré analizándolas en posteriores entradas. De primeras, vimos cómo el castellano está todavía más presente, y mucha gente te mantiene sin problemas una conversación en nuestro idioma. Hasta que llegaran las chicas, teníamos un par de horas de espera, así que aprovechamos el tiempo y fuimos a recoger la furgoneta que habíamos alquilado. Continuamente salen autobuses del aeropuerto que te llevan a un polígono donde se sitúan las compañías de alquiler de vehículos, así que esperamos a que pasara el de Dollar y en pocos minutos ya estábamos montados en una Dodge Caravan blanca de siete plazas a la que le esperaban más de 4.000 km con nosotros. Desde España nos habían recomendado que nos hiciéramos el carné de conducir internacional, que se hace en Tráfico y cuesta 12€, pero en ningún momento nos lo pidieron, ni siquiera para coger la furgoneta.
Nuestra nueva compañera de viaje
Nos dimos una vuelta por los alrededores para intentar acostumbrarnos al cambio automático (un invento muy poco afortunado) y al gps (nos salvó la vida en más de una ocasión). Finalmente, volvimos a LAX y aparcamos y fuimos a recoger a las chicas. El reencuentro estuvo muy bien, como en las películas (estábamos en la meca del cine), y tras recoger sus equipajes, fuimos todos con la furgo en busca de nuestro siguiente alojamiento.

Nos alojamos en un albergue en el mismísimo Hollywood Blvd, justo enfrente del Teatro Kodak. Ahora bien, era una auténtica pocilga. A parte de que el tío no contaba con nosotros y nos costó un rato aclararnos, la habitación era muy pequeña para seis personas, olía mal (pero no mal en plan sin más, olía a mierda auténtica), estaba sucia, tenía un baño común a todo el pasillo y estaba lleno de roña. Sólo pasábamos allí dos noches, así que lo tomamos con filosofía y buen humor, además todavía teníamos el subidón del reencuentro. Dejamos las cosas allí, aparcamos la furgoneta en un parking cercano gratis, y salimos a dar un paseo por el bulevar de las estrellas. Era bastante tarde, había gente de ¿fiesta? por la calle, coches lowrider, hispanos en cuadrilla liándola... El paseo duró poco porque enseguida empezaron a cerrar los locales de alrededor, así que hacia las 2:00 volvimos a la poci... al albergue a intentar dormir algo. Teníamos dos camas grandes (una de ellas era un colchón con dudoso historial) y una litera. Hicimos un sorteo para ver quién dormía en cada sitio, y a Isis y a mí nos tocó la mejor de todas, aunque sólo para esta noche.

22 jun 2012

Día 14: Chicago

Tras un buen desayuno rodeados de niños de excursión y sus corpulentas cuidadoras, cogemos el autobús de ayer pero en la otra dirección para llegar al Zoo de Chicago, en Lincoln Park. Se trata de un parque municipal y la entrada al zoo es gratis. Se lleva mucho en Estados Unidos el tema de los benefactores altruistas que financian actividades culturales, liberando en parte a los ayuntamientos de los gastos. De todas formas, no os penséis que por ser gratis es un zoo de poca monta, todo lo contrario: es enorme, está muy bien cuidado, tienen variedad de animales, las explicaciones son abundantes y precisas... 

Pasamos allí toda la mañana viendo osos (pardos y polares), tigres, leones, canguros, gorilas, monos, arañas, jirafas, etc. Realmente es una visita obligada, creo que es difícil pasar una mañana gastando menos dinero y viendo tantas cosas interesantes. Cuando habíamos visto todo, nos comimos unos bocadillos que habíamos preparado con las cosas del desayuno (el modo austeridad estuvo en "on" todos los días de Chicago) sentados en el Lincoln Park hasta que llegó la hora de ir al baseball.
El orgullo cachorro se desvaneció tras la derrota
Cogimos el bus y en seguida llegamos a los alrededores de Wrigley Field, el estadio de los Cubs, uno de los equipos de la ciudad, el otro son los White Sox. Había un ambiente increíble desde un buen rato antes de que comenzara el partido y estuvimos tomando una cerveza en un bar de la zona. Todo el mundo iba con la camiseta del equipo, y había una gran diversidad de gente: jóvenes, niños, adultos, mujeres, viejos y viejas. Nos llamó la atención el hecho de que hubiera muchas más chicas que en los campos de fútbol de España, y además, todas ellas iban bien equipadas con la ropa del equipo.
Un deporte muy popular para lo aburrido que es
Comida sana para disfrutar del "espectáculo"
Una vez dentro del estadio, nos compramos una gorra de nachos, unos hot-dogs y unas pintas. Cometimos el error de pedirlas en el momento en el que ponen el himno nacional por megafonía, ya que todo el campo se levanta y se pone la mano en el corazón. Cuando terminó, nos sirvieron y fuimos a nuestras localidades. El deporte en sí mismo es bastante aburrido. No tiene mucha acción y es muy lento, de hecho, los mejores bateadores tienen unos promedios del 30% lo cual significa que casi nunca le dan a la bola. De todas maneras, en seguida nos dimos cuenta de que allí el juego es lo de menos. La gente va allí a divertirse, a cenar, a emoborracharse, a hacer vida social o a anotar datos para elaborar estadísticas. Nosotros lo pasamos muy bien gracias a un chino que vendía cervezas, porque si no, las tres horas y media que duró el partido hubiesen sido bastante insoportables. A todo esto, los Cubs perdieron 3-6 en la última ronda de todas, por lo que la gente salió muy cabreada, abucheándoles sin piedad.

Después del partido nos fuimos a otro bar cercano al estadio, y es que esta es otra de las cosas buenas del baseball, que cuando termina todo el mundo se queda de marcha por allí. Nos tomamos unas cervezas con unos amigos de Chino de Pamplona con los que habíamos estado durante el partido en un bar que parecía el bar Coyote, aunque nos retiramos a una hora prudente porque al día siguiente nos tocaban más aviones...

20 jun 2012

Día 13: Chicago

El desayuno del albergue era uno de sus puntos fuertes, ya que había mucha variedad y espacio, por lo que pasábamos un buen rato comiendo y planificando el día. Una de las cosas que no llegaré a entender nunca es el éxito de los bagels, que son una especie de bollos con agujero en medio que, no es que estén malos, pero tampoco aportan nada nuevo al mundo de la repostería. En fin, que nos empapuzamos bien, e incluso hacemos bocadillos para comérnoslos luego por ahí.

Éste es un pequeño traje para el hombre...
El plan de hoy es ir al Museo de la Ciencia y la Industria de Chicago. Cogemos el autobús número 10 dirección sur y en apenas media hora, y pasando por el estadio Soldier Field, llegamos a nuestro destino. Se trata de un edificio inmenso dedicado a exposiciones de carácter científico: aviación, ferrocarril, sistemas de cultivo innovadores, minería, coches de carreras... Todo ello con un carácter muy didáctico. Los museos en Europa parecen ser, muchas veces, meros almacenes de obras de arte con poca conexión entre ellas. ¿Por qué en el Louvre hay un ala dedicada al arte egipcio? Pues simplemente porque los franceses expoliaron todo aquello hace décadas y hay que exhibirlo. Tanto este museo de Chicago como los Smithsonian de Washington, están orientados a que el visitante aprenda, hay menos obras y más paneles explicativos. Da la sensación de que en Europa los museos sirven para el deleite del experto, mientras que en Estados Unidos son para enseñar al profano. 


¿Maqueta o realidad?
Empezamos viendo una exposición de un submarino de la 2ª Guerra Mundial, en la que sin tener por qué saber del tema, acababas conociendo muy bien su origen, historia, estructura, funcionamiento... La primera parte consistía en situar al visitante en el contexto histórico, y para ello se mostraban portadas de periódicos reales desde los años previos al conflicto hasta los momentos más críticos. Era bastante impactante imaginar cómo los ciudadanos iban descubriendo día a día acontecimientos que nosotros hemos estudiado en el colegio. A continuación se explicaban detalles más concretos sobre la historia del propio submarino, y al final del todo lo podías ver y analizar cada una de sus partes y funciones.

Una de las cosas más flipantes de todo el museo era una maqueta de trenes que simulaba el trayecto desde Chicago hasta Seattle. Era inmensa y tenía miles de detalles, estuvimos un buen rato siguiendo los trenes y admirando cada elemento.

Entre unas cosas y otras, el día casi se nos pasó entero allí. Hasta el punto de que a las 17:30 nos avisaron de que teníamos que irnos. Para tres tíos tan curiosos como nosotros, sólo un día nos supo a poco. Menos mal que sólo estábamos nosotros tres, porque creo que nadie habría aguantado tanto tiempo y con tanto interés allí dentro.

Al salir del museo, nos dimos una vuelta por el barrio de Hyde Park, que es básicamente residencial y está algo alejado del Loop. Estuvimos viendo un partido de baseball de unos cubanos en un parque público, y nos explicaron algunas reglas que desconocíamos. Decidimos seguir caminando hasta encontrar una parada de metro que nos acercarse a nuestro territorio, pero en la periferia de la ciudad, no abundan tanto como en el centro. Poco a poco nos fuimos metiendo en zonas más chungas y veíamos cómo el ambiente se iba envileciendo más y más. Aunque no llegamos a sentir miedo real, sí que estábamos algo inquietos porque las calles cada vez estaban más sucias y peor cuidadas, vimos a gente peleando y gritándose y un ambiente muy poco amigable, y mucho menos para tres blanquitos con pinta de extranjeros. El caso es que finalmente vimos la deseada parada de metro y volvimos al Loop, donde tan cómodos nos sentíamos.


Fertxo grabando con vistas a un time-lapse
El resto del día fue bastante tranquilo, nos acercamos a la Torre Willis para hacerle algunas fotos desde la base y vimos aquella zona de la ciudad con más calma. De nuevo comprobamos cómo Chicago se vuelve espectacular al caer el sol. Dimos una vuelta hasta llegar al albergue, donde teníamos sofás, comida y cervezas, así que el plan era tentador. Desde las 22:00 que llegamos, ya no volvimos a salir y estuvimos allí estudiándonos las reglas del baseball, puesto que mañana íbamos a ir a ver a los Cubs.

16 jun 2012

Día 12: Chicago

A las 6 de la mañana del duodécimo día me llegó un mensaje de Isis (véase entrada anterior) diciéndome que no ha podido cumplimentar correctamente la ESTA porque al rellenarla, dijo que sí que había hecho servir en alguna ocasión su inmunidad frente a un tribunal. Bueno, pues sólo por esto, le denegaron el visado y ya no podría entrar en los Estados Unidos. Además, por muy evidente que fuera que había un error, el proceso de revisión y corrección llevaba unos días, los suficientes como para que no le diera tiempo a coger el avión el día 15. Había llamado al consulado, a la embajada, a la compañía aérea y todos le dijeron que era imposible solucionar el problema en el tiempo que teníamos. Total, que con este panorama ya no pude dormir, así que fui al ordenador a ver dónde estaba la embajada española a ver si nos podían ayudar. Apunté la dirección y salí con Fer para allí (Chino estaba durmiendo, cómo no...).

Con los nervios y las prisas, me dejé el papel con la dirección en el albergue, así que después de un rato caminando, tuvimos que volver porque nos habíamos perdido. Esta vez sí que cogí bien la dirección y Chino se apuntó a la expedición. La embajada no estaba lejos del albergue, aunque más que la de España parecía la de México. El caso es que no tenían ni idea de lo que les hablaba, estaban bastante perdidos y no pudieron ayudarnos. Cuando salimos, volví a llamar a Isis para decirle que no había avanzado nada y me dijo que acababa de recibir un correo de diciendo que le anulaban el formulario erróneo y, por lo tanto, problema solucionado. Las cinco horas que pasaron desde que me desperté hasta este momento fueron las peores de todo el viaje, la verdad es que fue agónico, pero al verlo todo arreglado nos dio un subidón a los tres.
La Torre Willis desde la playa
Fue en ese momento cuando nos dimos cuenta realmente de que estábamos en Chicago y que era una ciudad espectacular. Entre que habíamos llegado de noche y no se veía nada y los líos burocráticos de la mañana, apenas habíamos reparado en nuestro alrededor. Estábamos en medio de la Avenida Michigan, hacía buen tiempo y teníamos tres días por delante para disfrutar de una ciudad increíble, recuerdo ese instante como uno de los más felices de la aventura.

Aunque Chicago está en el interior del país, está situada a orillas del lago Michigan lo que hace que, prácticamente parezca una ciudad costera. Hacía muchísimo calor, así que decidimos empezar el día yendo a una playa que había no muy lejos de allí para darnos un baño. El agua es dulce, obviamente, y está congelada porque el clima en esta zona del país es muy extremo y el lago pasa helado gran parte del año, así que nunca llega a calentarse del todo. La sensación de estar en la playa con la vista del skyline de Chicago al fondo no tiene precio. Después de pasar un rato al sol, decidimos volver a la civilización para conocer un poco mejor la ciudad. Pasamos por el Millennium Park, que es un parque pequeño (nada que ver con Central Park) lleno de esculturas y elementos arquitectónicos decorativos, como la alubia de espejo gigante y otras obras de Frak Gehry.

Alubia-espejo-gigante: un concepto difícil de imaginar si no veis la foto.
El norte del Loop es la zona de rascacielos, y no tiene mucho que envidiar a la de Nueva York. La verdad es que cuanto más vemos de Chicago, más nos gusta. En un momento de la tarde, nos pillaron por banda de una televisión local y nos hicieron una entrevista para un programa. Debía ser algo de humor, y nos preguntaron alguna chorrada. Un poco más tarde nos animamos a subir al edificio Hancock, que aunque no es el más alto de la ciudad (este honor corresponde a la Torre Willis, anteriormente conocida como la Torre Sears), sí que es el único al que se puede subir gratis. Bueno, no se paga entrada aunque estás "obligado" a tomarte algo en el bar de la azotea, así que en realidad nos costó los 5$ de la coca cola. Aunque las vistas son impresionantes, nunca estuve tranquilo del todo porque se nota la oscilación un montón, de hecho hasta acabé un poco mareado. Muy recomendable subir, a pesar de todo.

¿Benidorm? No, Chicago desde la Torre Hancock
Llegados a este punto, decidimos pasar un rato por el albergue, que estaba muy cerca, porque Chino nos dijo que había leído que a las 18:30 había espaguetis gratis, lo cual era absolutamente falso: ni espaguetis ni nada. Nunca sabremos de dónde se sacó semejante historia. El caso es que, estando allí y quedándonos unos cuantos días más en Chicago y con una buena cocina, decidimos ir a un supermercado a comprar algunas cosas para poder cocinar. Es curioso lo poco rentable  que es en Estados Unidos hacer la compra. Quiero decir, los productos en los supermercados no son nada baratos, lo que hace que comer en restaurantes sea comparativamente más asequible que en Europa. El caso es que compramos para hacer pasta, ensaladas y huevos fritos. Ya que estábamos nos preparamos la cena y estuvimos un rato en el albergue.

Fotografiar edificios en Chicago es una labor muy agradecida
Por la noche decidimos ir a un mítico bar que, por suerte, estaba a cinco minutos a pie (el 700 de Wabash sur): el Buddy Guy's Legend. Estuvimos viendo a un grupo de unos negros sesentones que hacía blues mientras nos tomábamos unas pintas, e incluso salió Buddy Guy ("Colega Tío") a cantar una canción y nosotros flipando, claro. Estuvo muy bien. Este primer día en Chicago fue una pasada.

Creo que es la mejor ciudad de todas en la que habíamos estado para fotografiar. No sé si es la luz, los edificios o qué es, pero la propia ciudad es una obra de arte. Si Boston nos había parecido la revelación del viaje, Chicago se ponía a la altura. De hecho, si no fuese porque a Nueva York hay que ir sí o sí, diría que es el principal destino para cualquier viajero a Estados Unidos.

15 jun 2012

Día 11: Boston - Chicago

Después del gran desayuno de ayer, bajamos a repetir pero no llegamos, así que tenemos que ir al 7-11 que hay junto a la residencia y comprarnos cuatro cosas. A las 19:00 sale el avión a Chicago, así que tenemos un buen rato para despedirnos de Boston.

Lo que costó encontrarla
Yo tenía un encargo por cumplir: comprarle a mi hermano la camiseta de los Celtics con el 33 de Larry Bird. Pensábamos que comprar la camiseta de los Celtics en Boston nos llevaría diez minutos, pero nada más lejos de la realidad. Miramos en un montón de tiendas de deporte, grandes almacenes, tiendas de segunda mano, carnicerías, ferreterías... Y no hubo manera, así que decidimos ir al TD Garden, que es el estadio donde juega el equipo y comprarla en la tienda oficial. Finalmente la encontramos, aunque sólo tienen los números de los jugadores actuales, y le acabo cogiendo la de O'Neal, que también es un clásico. Es curioso el tema de los deportes en Estados Unidos, cada deporte tiene unos meses determinados, de manera que siempre hay alguno en activo (en verano es el baseball), y como entonces no tocaba baloncesto, el merchandising está oculto.

Durante la búsqueda de la camiseta, hablo con teléfono con Isis (mi novia), que se incorporará al viaje el día 15, y me dice que todavía no se ha hecho la ESTA (un documento oficial imprescindible para viajar a Estados Unidos), y le digo que se dé prisa porque debe estar hecha antes de 72 horas antes del viaje.
Más de 1.000 km separan Boston de Chicago

Entre unas cosas y otras, llega la hora de comer y vamos a la residencia a recoger las cosas y hacernos unos bocadillos. El aeropuerto de Logan está bien comunicado con el centro de Boston y con un metro y un autobús se llega en poco tiempo, además no es muy grande y es muy fácil situarse en él. Nos dicen que hay retraso por algún problema meteorológico en Chicago, pero hacia las 20:00 salimos. A pesar de mi poco amor a los aviones, disfruto mucho del vuelo mirando por la ventana y viendo los grandes lagos y montañas, aunque de vez en cuando se ven relámpagos poco tranquilizadores. El vuelo dura hora y media, más o menos, y al llegar ya es de noche en Chicago. El aeropuerto de O'Hare está más apartado de la ciudad que el de Boston, pero igualmente bien comunicado. Desde allí hasta la parada de Monroe, había casi una hora de trayecto.

El albergue está en pleno centro del Loop, que es la zona más céntrica de la ciudad. El nombre le viene porque está rodeada por las vías del tranvía elevadas, que hacen la forma de un círculo. De todas maneras, en aquel momento no pudimos ver mucho de la ciudad porque estaba de noche. El albergue en el que nos alojábamos era, sin duda, el mejor de todos los que habíamos visto hasta entonces (y quizás de todo el viaje). Era muy grande, estaba muy limpio, el desayuno estaba muy bien, tenía cocina para uso particular, internet, billar, televisiones, consolas... Además, aunque en la habitación teníamos un cuarto inquilino (un japonés al que apodamos Tomoko), había una sala privada con unos sofás, una cocina y baño. Íbamos a pasar allí cuatro noches, así que era una gran noticia saber que el alojamiento estaba tan bien.