Hoy era un día importante: nos íbamos a New York City, así que salimos bien pronto del albergue para coger en bus. Consejo: un buen sistema para moverse entre las ciudades de la costa este es hacerlo a través de compañías de autobuses chinas que recogen y dejan pasajeros en el chinatown de cada una de ellas, y a un precio mucho menor que cualquier otra empresa (pagamos 12$ por el trayecto). El problema es que sus dársenas suelen estar un poco escondidas y el resto de compañías no te ayudan si preguntas por ellos, deben tener algún pique entre ellas. El caso es que, a pesar de que tuvimos que dar un par de vueltas por la estación y se mascó la tragedia, finalmente nos montamos en el autobús que nos llevaría a la Gran Manzana.
Tras dos horas de trayecto tuvo lugar uno de los momentos más emocionantes del viaje: mirar por la ventanilla y ver a lo lejos el skyline de Manhattan y la estatua de la libertad. Supongo que la mayoría de los visitantes de NYC llegan en avión y se pierden este momento que, para mí, fue inolvidable y con un encanto mucho mayor a la frialdad de los aeropuertos. Tampoco olvidaremos el momento en el que el chofer poco menos que nos lanzó en marcha en algún punto de Canal Street con el tiempo justo para recoger las mochilas. Así que allí estábamos, en medio de la gran ciudad, sin tener ni la más remota idea de hacia dónde tirar, por lo que bajamos al primer metro que encontramos para ver si con el mapa nos aclarábamos un poco más. El que haya estado en NYC me entenderá cuando digo que el mapa del metro, de primeras, parece el laberinto del fauno: un cristo de colores, transbordos y cruces de cuidado... pero como gente con estudios que somos, terminamos por aclararnos y montarnos en el tren que nos llevaría al albergue en el que nos íbamos a alojar, en pleno corazón de Brooklyn... aunque al llegar a la parada, aquello parecía el corazón de un hutong de Pekín: todos eran chinos, las tiendas, los bares, los carteles de las calles y, cómo no, los dueños del albergue (una familia entera de la cual, sólo el hijo hablaba inglés). No estaba mal, parecía bastante tranquilo y nuevo y teníamos una habitación para nosotros solos. El caso es que dejamos las cosas y nos fuimos hacia Manhattan.
El centro del mundo |
Creo sinceramente que el momento en el que salimos del metro de Times Square fui poseído por Paco Martínez Soria, porque nunca he tenido tanta sensación de ser un paleto fuera de lugar. El cuello se te rompe si pretendes abarcar toda la altura de los edificios, la gente te pasa por izquierda y derecha como si de un time lapse se tratara, las luces te reclaman, el ruido ensordece... Fuimos subiendo por la 6ª Avenida hacia Central Park todavía en estado de shok, el cual se agravó al tener que pagar 5$ por tres manzanas. Al adentrarte en Central Park llega un momento en el que realmente te olvidas de que estás en medio de la ciudad, los árboles hacen de muralla natural y tienes la sensación de que estás en el campo. De todas maneras, no queríamos meternos mucho porque entraba en nuestros planes verlo con detalle otro día, así que salimos pasando por la señal en el suelo en honor a John Lennon con el mensaje de Imagine.
¿Por qué Fer no tiene zapato derecho? (ni cabeza) |
Las distancias en NYC son difíciles de calcular, lo que en el mapa parece estar a tiro de piedra es un buen rato caminando, así que el tiempo pasa sin darte cuenta. Un amable payaso que regenta una famosa cadena de restaurantes de comida rápida nos llenó la tripa a un módico precio, pero lo que realmente nos apetecia era sentarnos a echarnos unas cervezas como buenos newyorkers, así que fuimos a un bar irlandés que estaba en Broadway con la 50ª y ¡vaya si lo hicimos! Cada uno pagó una ronda de pintas, la camarera nos invitó a una cuarta y la quinta la pedimos para despedirnos como tocaba. Y cinco pintas son cinco pintas, en Nueva York y en Cuenca, así que lo siguiente que hicimos al salir del bar fue comprarnos unos puros en un estanco, una idea brillante (creo que acabaron en una papelera de Chicago).
Era 4 de julio, pero nadie lo hubiera dicho. Yo creo que en un pequeño pueblo de Alabama se debe celebrar más que en una gran ciudad. Es cierto que había un concierto de Beyoncé y fuegos artificiales, pero el concepto de fiesta que tenemos en España no tiene nada que ver. Sí que había mucha gente por la calle y los bares abrían hasta tarde, pero me imagino que en Nueva York esto será siempre así. Aprovechando la alegría callejera, cenamos algo por ahí, nos hicimos fotos con policías y seguimos tomando cervezas en algún otro bar de la zona. Desde luego, el 4 de julio no es San Femín, pero nos la gozamos igualmente...
Me he descojonado leyendo la primera mitad del tercer párrafo, jajaja. Recuerdame que en San Fermines no os deje comprar ni puros ni manzanas.
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