10 jun 2012

Día 7: New York

Coney Island: un parque de atracciones venido a menos
Ya empezábamos a notar las caminatas de los últimos días, y cada vez cuesta más despertarse pronto. El plan para el séptimo día de viaje era quedarse por esta orilla del río, sin cruzar a Manhattan. Así que decidimos ir a la playa de Coney Island, famosa por su "parque de atracciones", a cuya montaña rusa se refieren Lou Reed y Franz Ferdinand en alguna de sus canciones. Como playa no tiene mucho valor, la verdad, pero se agradece pasar una mañana tumbados al sol sin mucho más que hacer. Tras un rato de arena y agua, nos damos una vuelta por el paseo y vemos el acuario, aunque sin llegar a entrar porque tenemos pensado ir al de Monterey (esperarse al día 28). Vemos la zona de Little Odessa, que es un barrio con mucha gente de Europa del este: rusos, ucranianos y así. Es una zona bastante típica de películas (y hogar de Nico Belic, protagonista de un  GTA), con el metro que pasa elevado sobre la carretera..

Continuamos nuestro reconocimiento de Brooklyn en Porspect Park, una parada obligada para cualquier fan de Paul Auster. Sin llegar a ser Central Park, es un parque inmenso que sirve para evadirse de la ciudad, aunque no tiene ese ambiente tan festivo y social, sino que es algo más tranquilo y silencioso. Nos sentamos en un merendero a comer un bocadillo que nos ha preparado un dominicano muy majete que nos confunde con colombianos. Nos cruzamos el parque de lado a lado y a ratos estamos completamente solos, por lo que llegamos a la conclusión de que cumple mejor que Central Park su función de refugio.

Prospect Park: la versión underground de Central Park
Seguimos profundizando por Brooklyn y pasamos junto al cementerio de Greenwood. Hablar de Brooklyn como barrio es un poco injusto, porque realmente tiene todos los elementos como para referirse a él como una ciudad. La mayor parte de las casas son unifamiliares o adosados de dos o tres pisos y está organizado por razas, aunque de una manera menos evidente que Harlem, ya que según avanzamos por sus calles vamos comprobando cómo las mayorías étnicas van evolucionando desde latinos, a chinos, pasando por negros o eslavos. A pesar de todo, siempre se ve a gente de raza blanca y el grado de separación es más sutil.

Tras unas cuantas horas de caminata, con el bañador y la toalla al hombro desde primera hora de la mañana (y Fer sin calzoncillos, y no por primera vez en lo que llevábamos de viaje) nos vamos acercando a la zona del albergue. Nos compramos unas cervezas y algo de cenar en una tienda cercana y decidimos ir a la zona común a dar buena cuenta de todo ello. Se termina nuestra estancia en Nueva York y acabamos satisfechos, hemos abarcado todo lo que hemos podido, a pesar de que una ciudad tan inmensa necesitaría años y años para poder conocerse del todo.

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