25 jun 2012

Día 17: Los Angeles - Williams

El día 17 fue un "road day" en toda regla, y uno de los que mejor recuerdo me han dejado, a pesar de haberlo pasado prácticamente entero dentro de la furgoneta. Nuestro objetivo era Williams, un pueblo en el corazón de Arizona, cercano al Gran Cañón del Colorado, pero a unos 700 km de Los Angeles, así que a primera hora de la mañana me pongo al volante de la furgo y nos ponemos en marcha.
El viaje es el fin en sí mismo, no el medio.
Salir de L.A. sería una tarea complicada por uno mismo, pero el gps ayuda bastante, y en poco rato estamos en la I-10 dirección San Bernardino, la correcta, vamos... A los 100 km de trayecto hacemos una parada en un área de servicio para desayunar. El restaurante es un puro cliché cinematográfico y tomamos unos sandwiches y café aguado a discreción esperando a que ocurriese alguna escena tarantinesca. Según continuamos nuestra marcha, vamos comprobando cómo el paisaje va cambiando y la temperatura exterior que marca la furgoneta no hace más que subir, puesto que nos estamos adentrando en el desierto de Mojave. La vegetación empieza a escasear cada vez más y la tierra se va tornando anaranjada.

Shelly, encanto, relléname la taza de café
La siguiente parada, ya a la hora de comer es el Pueblo Fantasma de Calico, todavía en California. Se trata de un antiguo pueblo minero que ya ha quedado abandonado y está preparado para recibir visitas turísticas, puesto que ya no vive nadie (6$ por persona). Es el típico pueblo de los vaqueros, con su saloon, la cárcel, la casa del sheriff, la mina abandonada, la estación de ferrocarril, etc. El abrasador sol del mediodía del desierto ayuda a la ambientación, y por un momento te sientes en un western, a pesar de la cantidad de visitantes que recorren las calles. Aunque el pueblo en cuestión es bastante impactante, no nos llegamos a quitar la sensación de estar en el Far West de Port-Aventura.

Isis on the road
Durante la tarde seguimos devorando kilómetros y pasándolo genial dentro de la furgoneta, escuchando música, contando viejas anécdotas (que todos habíamos escuchado millones de veces) y observando el paisaje. De vez en cuando hacemos pequeñas paradas para ir al baño, comprar bebida o repostar (la gasolina es más barata que en España, casi la mitad de precio). La siguiente parada con algo más de fundamento fue Seligman, ya en el estado de Arizona (bautizada así por pastores navarros sorprendidos de los robles de la zona; Aritz = roble, Ona = bueno). Se trata de un pueblo de paso situado en medio de la ruta 66 y venido a menos por la construcción de nuevas autopistas más rápidas y seguras, como en la película Cars. Seligman es un buen lugar para pasar una noche si estáis de camino por esta zona, puesto que cuenta con unos cuantos moteles a buen precio y gasolineras. Tras tomar un refresco, decidimos reanudar la marcha, puesto que ya estamos cerca de nuestro destino y el cielo empieza a cubrirse de nubes.

No llegamos a cruzarnos con Dean Moriarty...
Así pues, poco tiempo después, llegamos a Williams, otro pueblo de la ruta 66 y ya muy cercando al Gran Cañón que ha sabido explotar muy bien su condición de pueblo de pasada para convertirse en una pasada de pueblo (chiste fácil que tampoco hace honor a la realidad, al menos la segunda parte). Todo él tiene una ambientación muy cowboy, incluso hay algún concierto de música country en plena calle. El hotel en el que nos alojamos está en la misma ruta 66 y se llama Grand Canyon Hotel. Es más que recomendable: buen precio, personal muy amable, limpio, agradable, con un baño decente y bien situado. Después del cuchitril de Los Angeles, el destino nos había sabido recompensar. Además, teníamos una habitación por pareja.

El karma nos devolvió en Williams lo que nos había robado en L.A.
Cenamos un típico menú americano (hamburguesas, patatas y coca cola) en la terraza del Cruisers, hasta que la lluvia nos obligó a mudarnos al interior del local. Después de un duro día de carretera, ese momento fue inolvidable, más aún cuando sabíamos que nos esperaba una cama limpia y que olía bien. Tras más de dos semanas rodeados de cemento, tráfico, rascacielos y ruido, se agradecía estar en un pequeño pueblo en medio de la naturaleza. Creo que es por este motivo por el cual guardo tan buen recuerdo de este día, porque estábamos dejando atrás las ciudades durante unos días.

1 comentario:

  1. Tío, yo también guardo muy, muy, muy buen recuerdo de este día; a pesar de haber estado ya dos semanas de viaje, la emoción de todo lo que nos quedaba por ver todavía, compartirlo con nuestras zorras y nuestra fragoneta, a ritmo de country... buff, ¡qué recuerdos!

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