Confirmado: el jet-lag existe. A pesar del palizón que llevábamos encima, para las 7 de la mañana no podíamos dormir. Aunque puede que el calor que hacía en aquel albergue o los ronquidos de los compañeros de habitación también hubiesen influido. El caso es que aquella primera mañana era emocionante, teníamos todo el mes por delante y hoy empezaba realmente nuestra experiencia. Una de las primeras cosas que hicimos fue ir a un supermercado que había justo al lado del albergue para comprar cuatro cosas indispensables (pasta de dientes, champú y pan de molde), y en ese preciso momento empezamos a comprender por qué los norteamericanos están tan gordos. Daba la sensación de que el encargado de aprovisionar el negocio era un niño de diez años, sólo había pizzas congeladas, patatas fritas, refrescos de colores, bollería grasienta y helados. Encontrar fruta, verduras o algo que procediese de algún ser que hubiese vivido era una misión imposible. Mientras sonaba Lauryn Hill por megafonía intentamos llenar el carro sin caer en las garras del colesterol y volvimos al albergue a hacernos unos bocadillos para pasar el día.
Compañero habitual en los parques de Washingon |
El plan para este día estaba claro: visitar los museos del Instituto Smithsonian. Se trata de un complejo de museos de todo tipo fundados por un tal Smithson con la finalidad de difundir la cultura y el conocimiento. Lo mejor de todo esto es que se financian con donaciones particulares y aportaciones del Gobierno de los EEUU, pero nunca a través de la venta de entradas. Que son gratis, vamos. Desde el albergue hasta el National Mall (una explanada enorme donde se sitúa el complejo Smithsonian) hay un paseo de una media hora, muy recomendable, ya que de paso vimos el Capitolio y el Tribunal Supremo, y empezamos a familiarizarnos con las banderas nacionales en los jardines particulares.
Entrada al MNAE: espectacular |
Nuestra primera parada es el Museo Nacional del Aire y el Espacio. Es una colección inmensa de aviones, naves espaciales, cohetes y demás cacharros con alas desde El Espíritu de San Luis (el primer avión que cruzó el Atlántico) hasta el módulo lunar del Apollo 11. Pero lo mejor de todo es cómo está organizado todo, de manera muy didáctica e interactiva. Algunos criticarán de los estadounidenses que son muy sintéticos, e incluso infantiles, en sus deducciones y explicaciones. Pero esto lo que hace que sus museos sean tan entretenidos: te explican todo como si fueras un niño, de manera que cualquiera puede comprender cómo funciona una turbina o qué llevó a los hermanos Wright a idear el primer vuelo propulsado, sin necesidad de ser ingeniero. Nos pegamos el gran rato admirando y tocándolo todo y luego nos fuimos a otra de las delegaciones del complejo Smithsonian: el Museo Nacional de Historia Natural.
Dos de los primeros homínidos expuestos en el MNHN |
El concepto era el mismo que el anterior, pero en esta ocasión se trataba de animales de todo tipo y de todos los continentes, así como restos prehistóricos. La joya de la corona eran los esqueletos de dinosaurios, entre los que destacaban un triceratops y un tiranosaurio rex enfrentados. El tiempo en la capital se nos iba acabando, pero antes tuvimos tiempo de dar un repaso rápido al Museo Nacional de Historia de los Estados Unidos, aunque apenas pudimos ver una exposición temporal llamada "El precio de la libertad", en la que se iba relatando la participación de EEUU en innumerables guerras. Creo que desde nuestra mentalidad europea es complicado entender qué sienten los ciudadanos norteamericanos hacia la participación de su país en las guerras, pero más allá de las pretensiones de su gobierno, creo que el ciudadano medio es bastante ignorante y lo ve como algo positivo. En su pueril interpretación del bien y del mal, ellos son los buenos...
Bueno, el caso es que nuestra hoja de ruta exigía que cogiésemos un autobús a Philadelphia (Pennsylvania), donde teníamos que pasar la noche. Así pues, volvimos al albergue a coger las cosas y despedirnos de Russell y fuimos a buscar la estación, que no estaba donde nosotros pensábamos. En este momento aprendimos otra lección: no te metas en barrios que no conoces, porque igual no sales vivo. Dando vueltas con nuestras mochilas en pos de la misteriosa estación de buses, nos metimos en una zona en la que nos sentíamos observados, incluso pasamos cerca de un botellón con pistolas. Acojonaícos... Total, que al final decidimos ir a la estación de tren de Union Station y pagar un poco más por un billete de tren.
El viaje hacia Philly no duró ni dos horas, y pudimos estar allí para cenar. Nos alojábamos en un albergue muy céntrico. Estaba bastante bien: sala común con televisión, cervezas, internet, desayuno, limpio... lo malo es que en la habitación estábamos mil. Aprovechando que era sábado, salimos a dar un voltio por los alrededores y la verdad es que había bastante juerga. Nos sentamos a echar unas birras en un bareto del centro viendo cómo a los americanos les gusta liarla por las calles cuando van pedo. De todas maneras, a las 2:00 todo cierra, por lo que no hay mucho más que hacer.
"Pasamos cerca de un botellón con pistolas" JAJAJAJAJAJAJAJA, enorme esa frase y el pie de foto.
ResponderEliminarMe mola mucho que no te cortas en valoraciones, a pesar de que la CIA pueda estar leyéndote: "creo que el ciudadano medio es bastante ignorante y lo ve como algo positivo. En su pueril interpretación del bien y del mal, ellos son los buenos..." En serio, me mola mucho.
En Pollença (Mallorca) también hacemos botellones con pistolas y escopetas, a ver que te has pensado. No hace falta irse tan lejos...
ResponderEliminar